Juliette Sartre
Capítulo
1
Cruzó el pasillo subida en sus
altos tacones negros, con un corto y ceñido trench que, cubría un vestido rojo,
y un clunch dorado. Se detuvo frente a la habitación 357. Levantó la mano
dispuesta a llamar ligeramente con sus nudillos, pero habían dejado la puerta
abierta. Se coló y encontró una amplia habitación de lujo decorada con colores
neutros y líneas sencillas. En medio de la sala, un sillón de cuero marrón, le
daba la espalda. Cuando el hombre oyó sus pasos, giró su asiento quedando
frente a ella. Vestía un pantalón negro de tela, una camisa blanca y una
chaqueta a juego. De pelo color castaño claro y piel bronceada, sus ojos verdes
oscuros resaltaban en un rostro de facciones marcadas y una boca que permanecía
impasible de jugosos labios. Era joven y atractivo, lo que lo convertía en una
presa apetecible. Ella aguardaba de pie a la espera de alguna reacción por su
parte. Él de acercó con las manos en los bolsillos, se quedó mirándola sin
decir nada.
—Buenas noches, señor... —alargó
la última palabra a la espera de una aclaración.
—Para ti seré Bruce Wayne.
Llámame Bruce.
—Mi nombre es... —Él alzó un dedo
deteniéndola.
—Pago lo suficiente como para
elegir tu nombre—. Ella asintió—. Te llamaré Miranda—. Hechas las
presentaciones, se dirigió al mueble bar y se sirvió una copa de whisky; a
continuación, se sentó de nuevo. Dio un sorbo antes de hablar—. Desnúdate,
quiero ver la mercancía por la que pago.
Miranda dejó caer al suelo su
gabardina. Con gestos sensuales se deshizo de un ceñido vestido rojo permitiendo
que Bruce tuviera a la vista su cuerpo cubierto por un diminuto conjunto negro
y una ligero a juego. Ella se recreaba en cada movimiento tratando de seducirlo
y hacerle disfrutar del espectáculo, aunque parecía no surtir efecto en él.
Disgustado y apático se puso de pie y se acercó.
—No tengo tiempo para esto. Quítatelo
todo y déjame ver lo que quiero—. Ella incómoda por la situación, obedeció.
Él le hizo abrir la boca, palpó
sus pechos, pero sin ningún ápice de erotismo, le separó las piernas y tocó su
pubis, luego la giró para recrearse con sus nalgas y se apretó a ella todo lo
que pudo, sujetándose a sus caderas y oliendo su cuello y perdiéndose en su
pelo largo y castaño. Se apartó y dio las oportunas indicaciones.
—Vístete, deprisa—remarcó—. Un coche
nos espera abajo—. Miranda se apresuró para seguirlo por el pasillo y abandonar
el hotel.
Un coche de alta gama conducido
por un chofer, les esperaba. Subieron al asiento trasero y viajaron hacia el chalet
de Bruce. Él mantenía las distancias y ella se limitaba a mirar por la ventana
preguntándose si debía preocuparse por aquel enigmático hombre. 45 minutos
después el auto se detuvo.
—Baja —se limitó a decir Bruce.
Él se encaminó a la puerta seguido por Miranda. En el hall un mayordomo les
recibió.
—Buenas noches, señor.
—Buenas noches. Ella es Miranda. ¿Está
preparado todo?
—Sí, señor. La señora Smith lo ha
arreglado todo como usted dispuso.
—Perfecto. William, ciérrelo todo
y puede marcharse. Ya me encargo yo.
—Como desee—. Con una reverencia,
el alto y enjuto mayordomo se despidió.
Bruce comenzó a subir las
escaleras alfombradas hacia el segundo piso. La acompañó a su habitación. Le abrió
la puerta y la hizo pasar. La habitación era una coqueta y amplia sala decorada
con muebles y ornamentos modernos y minimalistas, como toda el chalet. Sobre la
cama, la esperaba un sencillo camisón de encaje negro.
—Las reglas son muy sencillas.
Mientras estés aquí sólo vestirás con ese camisón. Nada de ropa interior ni
medias ni cualquier otra cosa que no sea ese camisón. No tienes que preocuparte
por el servicio. Durante el tiempo que estés aquí ellos estarán de vacaciones.
Estarás disponible para mí las 24horas del día. Tendrás que estar en alerta
siempre. No podrás hablar con nadie del exterior y cuando no te requiera,
podrás pasearte por el chalet como si fuera tuyo. Marcela me dijo que tenías
una mente abierta, espero que lo demuestres porque esa fue una de las cualidades
por las que te elegí—. Miró su reloj—. Es tarde. Cámbiate y descansa. Mi
habitación esta al final del pasillo. No me busques ni me molestes, y nada de juegos de seducción. Sé lo que
quiero cuando lo quiero, tú sólo tienes que dármelo. ¿Alguna duda? —Miranda
negó.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Bruce.
Miranda se deshizo de su ropa y
la guardó en el armario. Se puso el camisón negro cuyo largo quedaba justo bajó
sus nalgas y que dejaba poco a la imaginación. Sus pezones rosados, su pubis, su
culo prieto, sus curvas... todo quedaba a la vista cubierto por un tímido
encaje. Se tumbó sobre la enorme cama dispuesta a descansar pues estaba segura
que un tipo tan excéntrico como Bruces, la haría trabajar a la mañana
siguiente. Apagó la luz de su lamparita y se durmió.
A las tres de la mañana, Bruce
irrumpió en su habitación encendiendo la luz sin miramientos y sobresaltándola.
Aún medio dormida y con el corazón encogido, trataba de orientarse.
—¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¿Dónde
estoy?
Bruce había tomado el sillón
floreado que estaba colocado en una esquina y lo había trasladado a los pies de
la cama de Miranda. Llevaba el pantalón del pijama y el torso descubierto,
permitiendo que ella se recreara con su musculado cuerpo y sus marcados
abdominales. Aquel trabajo iba a ser demasiado sencillo. Sería como si le
estuvieran regalando el dinero. Era fácil sentirse atraída por él y disfrutar
de su cuerpo; pensaba mientras trataba de espabilarse.
—Necesito que hagas algo por mí—sentenció
Bruce.
—Dame un minuto y estoy contigo—.
Él estuvo conforme. Miranda entró en el baño que disponía su habitación. Se peinó,
se lavó los dientes y refrescó un poco dispuesta a satisfacer a su cliente.
Miranda salió dispuesta a lanzarse sobre él. Bruce alzó la mano y la detuvo—.
Recuerda las reglas. Sin juegos.
—Está bien. Dime qué deseas.
—Súbete a la cama y tócate para mí—.
Ella lo miró confundida, pero como era parte del trato, se tumbó sobre la cama,
abrió sus piernas, se deshizo del camisón y completamente desnuda inició el
espectáculo para Bruce.
Miranda lamió su mano derecha y
la llevó a los pliegues de su sexo. Comenzó a acariciarse mientras que con la
otra mano acariciaba sus pezones. Se pasaba la lengua por los labios, mientras
contoneaba sus caderas y cerraba los ojos de manera intermitente llevaba por el
placer. Bruce la observaba desde su asiento en primera fila, con los brazos
descansando sobre el reposabrazos, con el gesto serio e impasible.
“¿No le gustaba lo que hacía?”,
Miranda se sentía frustrada. Tenía que esforzarse. Los 200.000 dólares que
pensaba pagarle lo merecían.
Él seguía frío como el hielo.
Ella no estaba dispuesta a achantarse, lo haría lo mejor que sabía y si a él no
se le gustaba, sería porque necesitaba un médico. Optó por seguir con su juego
evitando prestarle atención a él.
Acariciaba sus pechos mientras
saboreaba sus propios labios. Un gemido se escapó de su garganta. Gritaba, gemía
y se estremecía de placer. Cada vez el ritmo era más rápido, los ligeros
espasmos la avisaban de que pronto llegaría al orgasmo. Decidió probar una
última vez. Sin dejar de tocarse, le miró fijamente.
—Por favor, hazme tuya. Te
necesito. No puedo parar, ven aquí. Por favor, por... favor... —Un calambre recorrió
todo su cuerpo y exhausta, se dejó caer sobre las sábanas. Satisfecha y
avergonzada, se hizo un ovillo, abrazándose a sus piernas. Bruce se levantó de
su asiento.
—Buenas noches. Descansa—. Y
abandonó la habitación dejándola allí tenida, sola y confundida. Una extraña
sensación recorrió su cuerpo, llevándola a preguntarse qué hubiera sucedido si
años atrás, no se hubiera escapado de casa.
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